Doña Paula, Retratos de la Abuela (Retrato 1 de 3): Telarañas

“Las telarañas, allí déjelas,” dice don Chico y doña Paula no las toca. Las mira mal y mata las arañas cuando las alcanza, cuando don Chico se duerme en su silla en el corredor. “Déjelas pobres arañitas,” dice don Chico sin abrir los ojos, “que ellas comen los zancudos.”

Y tiene la razón. Las telarañas tejidas sobre la cabeza y en las esquinas de los cuartos son como una manta blanca que atrapa maleantes pequeños, ladrones de la sangre.

En la noche se escuchan cuando para la lluvia en el techo de zinc bajo las hojas anchas de la selva de palma y caimito. Como un coro de ángeles malvados, la nube de zancudos canta justamente al otro lado de los mosquiteros.

“Déjelas telarañas,” insiste don Chico y ella no toca la vela pesada y polvorienta. Abajo, la manda a Quica a sacarle un brillo cegador a los pisos y no deja entrar ni los perros ni los pollos para ensuciar.

Se sientan juntos en el corredor para tomar el café de las dos en el bochorno de la tormenta que se aproxima; comen el pan dulce que mandó la hija que se llame La Negra. Discuten amablemente sobre cuanto lloverá este año y con trapos baten los zancudos que bailan alrededor de los tobillos, dando cosquillas.

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